viernes, 17 de enero de 2014

"El Jilguero", Donna Tartt

Poco a poco, me voy poniendo al día con la inmensa lista de autores que existen en el mundo literario. En una de las páginas de las editoriales que sigo, formulaban una pregunta: “¿Aún no conoces a Donna Tartt? Muy atentos a ese rostro, pues será protagonista indiscutible del 2014”.

De inmediato, busqué información sobre esta escritora norteamericana de iniciación precoz. A los cinco años, escribió su primer poema y, a los 13, publicaba poesía en revistas literarias de Mississippi. No es de extrañar que ganase todos los concursos literarios en los que participó.
A raíz de la sugerencia de Willie Morris (escritor y editor americano), se trasladó a la Universidad de Bennington en 1982, donde empezó a escribir “El secreto” (‘The Secret History”), una novela de crímenes al estilo de los ritos clásicos de Dionisos y las Bacantes, en un campus universitario.
Tartt tiene, actualmente, 50 años. Su menuda estatura compagina con su porte elegante y una piel pálida perfecta, con una mirada sutilmente fiera a través de sus ojos color verde grisáceo.
De ella se dice que es una voraz lectora, que domina el latín, el griego y el francés; siendo capaz de citar de memoria a Santo Tomás, Platón, Buda, Dante, Proust, Poe, Salinger y, a su mayor ídolo, T. S. Eliot.
Desde la publicación, hace 20 años de “El Secreto” aclamada por público y crítica, sólo había escrito otro libro, “Un juego de niños”, en 2003, por la que fue galardonada con el premio WH Smith.

Ahora, regresa con otra novela, “El Jilguero”, de la que he podido leer críticas muy variopintas, muy polarizadas. Gusta mucho o suscita un rechazo abrumador.

Según la publicidad elaborada por la Editorial Lumen: “Si aquella mañana no hubiera llovido, si Theodore y su madre hubieran llevado un buen paraguas, si, si, si…quizá no hubieran buscado refugio de una tormenta en el museo Metropolitan de Nueva York. Allí estaban, contemplando una exposición de maestros de la época dorada del arte holandés, cuando de pronto estalló una bomba y Theodore se encontró de repente solo y rodeado de un montón de escombros. Buscando la salida, el chico, que acaba de cumplir trece años, se topa con un visitante que estaba minutos antes contemplando la misma exposición, acompañado de una chiquilla hermosa. El hombre muere delante de los ojos de Theodore, pero antes le entrega un anillo, pidiendo que lo devuelva a un tal Hobie, dueño de una tienda de antigüedades. Theo abandona el museo, llevando consigo el anillo  y algo más…”

Curiosidades en su redacción.

Poco antes de la publicación de su anterior novela, fundamentalistas islámicos destruyeron las esculturas budistas monumentales del siglo VI de Bamiyan, en Afganistán.

Ello le dio la idea de escribir algo acerca del terrorismo y la destrucción del arte. Al mismo tiempo, comenzó a jugar con la imagen de un niño obsesionado con una pintura. Pensó específicamente en una pintura "que apelase a un niño y, no hay muchas que se ajusten". En 2003, en una visita a Amsterdam, vio un ejemplar de El Jilguero, en una venta de la casa de subastas Sotheby’s. Pintado en 1654, el año de la muerte de Carel Fabritius, su autor, en un pedazo de cartón del tamaño de una hoja A4 de papel; se trata de una imagen llamativamente delicada de un pájaro pequeño, atado a su percha por una cadena.
Este pequeño pájaro, tan valiente y tan digno, y luego ves esa cadenita terrible”, se refiere la autora; que prosigue: "Está en los Upanishads, creo. Un pájaro encadenado se utiliza como metáfora de la respiración en el cuerpo humano. Se apaga, y luego siempre sale a descansar en el mismo lugar. Nuestro cuerpo es el lugar encadenado, el lugar en el que estamos atrapados. La respiración es spiritus en latín. Siendo la paradoja de la humanidad. Somos criaturas aladas en algún nivel, pero también, estamos atrapados. Podemos volar, pero no podemos. En fin…

El método de trabajo de Donna Tartt es muy laborioso. Escribe a mano en grandes cuadernos de espiral, añadiendo ideas y correcciones a lápiz de color rojo, azul y verde y, grapando fichas para realizar un seguimiento de la trama y los personajes. Cuando todo empieza a complicarse, pasa el manuscrito a su ordenador e imprime los borradores en papel con un código de color: “puedo recoger el proyecto en color rosa y sé que es el primero, o el más reciente de color azul. Así que, si necesito algo de un proyecto mayor, ya sé cómo encontrarlo”, fórmula que le enseñó su profesora de francés hace muchos años.

La elección del nombre del protagonista no está exenta de misterio. Tartt había fijado el nombre de Theo Decker para su protagonista. Fue solo después de que alguien señaló la correspondencia de sus iniciales y la de ella - DT y TD - y el hecho de que ambos nombres tienen el mismo 10 letras cadencia sonora. Pero, no fue hasta que ella había escrito la sección sobre Theo salvar el jilguero de la explosión en el Met cuando se enteró de que poco después de terminar la pintura, el mismo Fabritius había muerto en una explosión, en el arsenal de pólvora en Delft. En el momento de la explosión estaba pintando el retrato de un diácono. Su nombre era Simon Decker.
Su concepción de la felicidad es de lo más evocador: “Si no estoy trabajando, no estoy feliz. Eso es todo. Ese el requisito previo para mi felicidad”.
 
El jilguero se publicará el próximo 13 de marzo en España (1.192 páginas). De él dice la Editorial Lumen: “es un texto compacto que recuerda a Dickens pero también a Paul Auster, que intriga y al mismo tiempo deja espacio para la reflexión, y que finalmente quedará como una de las novelas emblemáticas del siglo XXI”.
El mismísimo Stephen King lo describe como «una de esas rarezas que aparece tal vez media docena de veces por década, una obra literaria que conecta el corazón y la mente del lector».
 
Tendremos que comprobarlo.
 
 

 

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