Creé este
blog hace 6 años para dar rienda suelta a una de mis aficiones favoritas:
ESCRIBIR.
Echándole un vistazo a su evolución, me ha apenado no haber sido
constante y haberlo mantenido vivo. He
intentado modificar su apariencia y me he desesperado, en algunos momentos,
porque no quedaba maquetado como deseaba.
Al final, me he dado cuenta de que lo más
importante es seguir escribiendo de lo que sea, en el formato que sea.
No sigo las
estadísticas de visitas. A buen seguro, son pocas. Ese es mi objetivo. No he
escrito nunca un libro ni he hecho públicos mis escritos, porque me horroriza
la idea de que puedan ser leídos. El envanecimiento nunca fue lo mío.
Hace tan solo
unos días, hemos inaugurado un nuevo año. Hacia el 2000 a. C., se comenzó a
festejar esta celebración en la antigua Babilonia. Sin embargo, la fecha no se
correspondía al 1 de enero; sino, a finales del mes de marzo actual, con la
llegada de la primavera para plantar los cultivos del año siguiente. Lógico,
¿verdad? Es en la época romana, en el
año 153 a.C., cuando el Senado decretó la actual fecha, para acompasar el
calendario al sol.
Rara es la
ocasión en la que no caemos en realizar una lista, con lo que los anglosajones
denominan “New Year’s Resolutions”, con
los buenos propósitos proyectados para el año en ciernes.
En relación a
ello, pude leer un artículo de la psicóloga y escritora ruso-americana, Maria Konnikova, donde explica los motivos por los cuales no llevamos a buen término
nuestros objetivos.
En él, cita a
Lord Henry, personaje de la obra “El retrato de Dorian Gray”: “Los propósitos son inútiles intentos de
interferir en las leyes científicas. Su origen es pura vanidad. Su resultado es
absolutamente nulo”.
El estudio
consistió en ofrecer a un grupo de 96 personas la elección de un nuevo hábito
para realizar cada día en un entorno cotidiano; como, por ejemplo, comer fruta
en el almuerzo, beber agua o salir a correr después de cenar. A continuación,
los participantes debían llevar a cabo el nuevo hábito elegido durante 12
semanas; siendo monitorizados y analizados a través de un test, llamado SRHI.
Para la mayoría de los participantes, la automaticidad aumentó de
forma constante durante los días del estudio. Lo que apoya la hipótesis de que
la repetición de un comportamiento, en
una configuración coherente,
aumenta la automaticidad.
Por otro lado, no se proporcionaron recompensas
extrínsecas, lo que indica que no
se requieren para el desarrollo del hábito; aunque, debido a que los comportamientos fueron seleccionados por los
participantes, eran propensos a haber
sido intrínsecamente gratificantes.
Al
término de este periodo, una vez analizados los resultados, se llegó a la
conclusión de que es necesario un promedio de 66 días para que una actividad
autoimpuesta se convierta en un hábito o costumbre automática.
A pesar de que se sostenga que, a medida que las conductas se repiten, se
empiezan a acometer de forma más eficiente y con menos pensamiento, activando
una respuesta automática, un hábito; si los comportamientos son complejos, ¿pueden llegar a ser automáticos? Y, ¿El automatismo, que se desarrolla para las tareas más complejas, puede ser considerado un hábito? El estudio
sugiere que la repetición de tareas complejas puede resultar en la
automaticidad dirigida a un objetivo, que es distinto del hábito (más flexible
y ligado a la meta original).
Habrá
que ahondar más en este tema con nuevas técnicas y utilizando mayor número de
variables.
Queda
probado, pues, que la “Regla mágica del 21”, citada por Robin Sharma, en “El monje que vendió su Ferrari", anda muy lejos de la realidad.
En lo que puede llevar razón es en que: “para lograr tus objetivos, ten muy claro lo que deseas lograr,
visualízalo, mantén presión y constancia positiva para hacer tus tareas, coloca
una fecha para lograrlo, escríbelo y aplícalo […] La única manera de asentar un
nuevo hábito es emplear tal energía en ello que el viejo hábito se retire por
sí mismo, como si fuera un huésped indeseable”.
Así que, tenemos mucho trabajo por hacer. Eso sí, no esperéis a
un nuevo año para empezar este maravilloso proceso que, aunque pueda resultar
arduo, sus efectos positivos merecen realmente la pena.
¡Allá vamos!
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